Estoy segura que
cuando me acerqué a mi compañera para felicitarla por su buen trabajo, estaba
totalmente convencida de que ella sentía o pensaba lo mismo que yo, que había hecho un
buen trabajo.
Sin embargo, lo que
prosiguió después de acercarme y felicitarla, fue lo más chocante que he vivido
hasta el día de hoy,
lo más irónico es que me sentí como si realmente hubiese
actuado mal y el asunto me quedó flotando en la mente sin poder encontrar una
explicación lógica o razonable.
Lo que pasó es que yo vi que su desempeño fue realmente bueno, sin embargo, ella lo
vivió de forma completamente distinta, al contrario sensu, ella experimentó de
alguna forma frustración porque según su yo interno, y esto solamente son
elucubraciones mías, lo estaba haciendo mal, no se esforzó lo suficiente, no lo
hizo bien! y estando en ese hervidero de frustraciones y rabia entre ella misma
y su propio esfuerzo, me presenté - con
mis orejas frías y por supuesto sin mi bola de cristal - y la felicité, ella
percibió mi actitud como sarcástica, lo tomó como burla despiadada y en vez de
mostrarme una sonrisa de agradecimiento, me mostró su rostro endurecido por la
supuesta ofensa, y así, tal cual, me dejó con una maraña de sentimientos
confusos e indeseados, preguntándome que qué parte de “te felicito” dije mal.
Me sentí como el chavo del ocho diciendo: ¿y ahora qué hice?
Él, no la había
visto en años, ella, se había marchado del país, ambos habían terminado una
cuasi relación que se había convertido en poco mas que pesadilla para ambos y
por lo tanto, cada quien tomó su camino por la vida. Años después, por
“casualidades” de la vida, hacen contacto, sin embargo, por cada “hola, como te
ha ido” de él, ella respondía con un “me hiciste daño en el pasado”, “vos no respetas
a nadie”, etc, etc, desde “que guapa que estas” a “que bien te han caido los
años” las respuestas siempre fueron igual, tal como si con cada oración hubiera
una ofensa.
No es que él no
fuera sincero al decirle lo bien que pasaron los años por ella, ni que tampoco
ella quisiera ofenderlo, realmente, cada uno estaba en su burbuja, él no
recuerda el pasado, ella todavía vive en él y cada vez que lo mira lo revive y
lo revuelve con su presente. Una conversación fluida y relajante no es posible,
ambos se ponen tensos, él porque ya no sabe qué decir y ella porque todo lo que
diga la podría llevar de nuevo al pasado y sentirse ofendida. Cosas triviales
para conversar? No durará más de cinco minutos, siempre habrá una rendija donde
se filtre lo vivido y no superado.
Es realmente
fascinante cómo sobrevivimos incluso a nosotros mismos, eso de que cada cabeza
es un mundo es totalmente cierto. Situaciones como las que describí están a la
orden del día, y tengo que confesar que las mujeres somos más propensas a eso.
En el Principito, el autor señala que la “palabra es fuente de malos
entendidos” y de corazón digo, sí que es totalmente cierto! El problema se agrava cuando en la
burbuja, mezclamos todos los tiempos.
Lo que yo digo,
quizás no es exactamente lo que estoy pensando o sintiendo – a veces las
emociones nos sobrepasan y no existen palabras para expresarlas – y lo que
escucha mi interlocutor no es exactamente el mensaje que quise enviarle, porque
él lo recibirá con su propio estado anímico, sus creencias, sus vivencias, su
pasado, su presente, su futuro y hasta su fe religiosa, y por tanto clasificará
ese mensaje según su mundo y no el mío.
No
sabemos
comunicarnos. Es tan pesado que me atrevería a afirmar que gran parte
del
tiempo no nos comunicamos ni con nuestro interior. En nuestro pequeño
mundo hay
tanta información que no sabemos clasificarla ni ordenarla
conscientemente, y
cuando hay que enviar mensajes al exterior, lo hacemos de forma
disparatada, y lo peor es que osamos juzgar a los demás sin
percatarnos que vemos el mundo según el color de cristal que tenemos, y
si el
cristal no está muy claro, nada del exterior lo veremos claro.