miércoles, 1 de octubre de 2014

Burbujitas andantes



Estoy segura que cuando me acerqué a mi compañera para felicitarla por su buen trabajo, estaba totalmente convencida de que ella sentía o pensaba lo mismo que yo, que había hecho un buen trabajo.

Sin embargo, lo que prosiguió después de acercarme y felicitarla, fue lo más chocante que he vivido hasta el día de hoy,
lo más irónico es que me sentí como si realmente hubiese actuado mal y el asunto me quedó flotando en la mente sin poder encontrar una explicación lógica o razonable.

Lo que pasó es que yo vi que su desempeño fue realmente bueno, sin embargo, ella lo vivió de forma completamente distinta, al contrario sensu, ella experimentó de alguna forma frustración porque según su yo interno, y esto solamente son elucubraciones mías, lo estaba haciendo mal, no se esforzó lo suficiente, no lo hizo bien! y estando en ese hervidero de frustraciones y rabia entre ella misma y su propio esfuerzo, me presenté  - con mis orejas frías y por supuesto sin mi bola de cristal - y la felicité, ella percibió mi actitud como sarcástica, lo tomó como burla despiadada y en vez de mostrarme una sonrisa de agradecimiento, me mostró su rostro endurecido por la supuesta ofensa, y así, tal cual, me dejó con una maraña de sentimientos confusos e indeseados, preguntándome que qué parte de “te felicito” dije mal. Me sentí como el chavo del ocho diciendo: ¿y ahora qué hice?

Él, no la había visto en años, ella, se había marchado del país, ambos habían terminado una cuasi relación que se había convertido en poco mas que pesadilla para ambos y por lo tanto, cada quien tomó su camino por la vida. Años después, por “casualidades” de la vida, hacen contacto, sin embargo, por cada “hola, como te ha ido” de él, ella respondía con un “me hiciste daño en el pasado”, “vos no respetas a nadie”, etc, etc, desde “que guapa que estas” a “que bien te han caido los años” las respuestas siempre fueron igual, tal como si con cada oración hubiera una ofensa.

No es que él no fuera sincero al decirle lo bien que pasaron los años por ella, ni que tampoco ella quisiera ofenderlo, realmente, cada uno estaba en su burbuja, él no recuerda el pasado, ella todavía vive en él y cada vez que lo mira lo revive y lo revuelve con su presente. Una conversación fluida y relajante no es posible, ambos se ponen tensos, él porque ya no sabe qué decir y ella porque todo lo que diga la podría llevar de nuevo al pasado y sentirse ofendida. Cosas triviales para conversar? No durará más de cinco minutos, siempre habrá una rendija donde se filtre lo vivido y no superado.

Es realmente fascinante cómo sobrevivimos incluso a nosotros mismos, eso de que cada cabeza es un mundo es totalmente cierto. Situaciones como las que describí están a la orden del día, y tengo que confesar que las mujeres somos más propensas a eso. En el Principito, el autor señala que la “palabra es fuente de malos entendidos” y de corazón digo, sí que es totalmente cierto!  El problema se agrava cuando en la burbuja, mezclamos todos los tiempos.

Lo que yo digo, quizás no es exactamente lo que estoy pensando o sintiendo – a veces las emociones nos sobrepasan y no existen palabras para expresarlas – y lo que escucha mi interlocutor no es exactamente el mensaje que quise enviarle, porque él lo recibirá con su propio estado anímico, sus creencias, sus vivencias, su pasado, su presente, su futuro y hasta su fe religiosa, y por tanto clasificará ese mensaje según su mundo y no el mío.


No sabemos comunicarnos. Es tan pesado que me atrevería a afirmar que gran parte del tiempo no nos comunicamos ni con nuestro interior. En nuestro pequeño mundo hay tanta información que no sabemos clasificarla ni ordenarla conscientemente, y cuando hay que enviar mensajes al exterior, lo hacemos de forma disparatada, y lo peor es que osamos juzgar a los demás sin percatarnos que vemos el mundo según el color de cristal que tenemos, y si el cristal no está muy claro, nada del exterior lo veremos claro.

Es como vivir con los ojos vendados, pero pretendiendo que vemos a través de la venda e inevitablemente terminamos chocando unos con otros y echandole la culpa  a los demás de nuestra ceguera, sin percatarnos nunca que la venda y la burbuja son solo nuestras y no de los demás.

sábado, 17 de mayo de 2014

Esa mujer, sí, esa, la que quiero ser, la que soy...



No quiero ser una enciclopedia andante.
Quiero poder sorprenderme de algunas cosas, preguntar qué significa tal palabra o tal expresión, preguntar porqué las personas actúan de tal o cual manera. No tener que asumir que lo sé todo. Aceptar que hay cosas que desconozco. No quiero ser la inteligente, erudita o intelectual por miedo a que me tachen de ignorante o tonta. Es mejor preguntar y dejar de ser ignorante y ser un completo ignorante que pretende ser inteligente. Como dijo un genio por ahí: todos somos ignorantes, lo que pasa es no todos ignoramos las mismas cosas.

No quiero ser un súper cuerpo
Quiero poder verme al espejo y gustarme aún siendo de baja estatura, con rollitos en la barriga, sin el vientre super plano de las modelos en las revistas, sin maquillaje que me sobresalte los ojos verdes, sin lipstick que me abulte los labios, sin rubores que me marquen los pómulos que definitivamente no tengo. Quiero ser la mujer pequeña, pero proporcionada con un cuerpo completo y sano.

No quiero ser la elegancia en persona.
Quiero vestirme con lo que me siento cómoda, sin tener que preocuparme de los tacones altos, maquillaje o ropa de marca. La sencillez es la reina de todas las elegancias, no es el perfume, ni la marca, ni el maquillaje, ni las joyas.  Menos es más.

No quiero estar casada para tener un estatus.
Quiero saborear cada momento de mi soltería sin tener que preocuparme de que va llegando el día o el tiempo en que deba casarme, formar una familia y así cumplir con el ciclo de una mujer. Y después del dichoso ciclo que hay?

No quiero cumplir con el “llamado de la naturaleza”, soy sorda a ese llamado, y entiendo perfectamente que dicha llamada no es realmente de la naturaleza, sino de la sociedad solapada en la que vivimos. Quiero ser obediente con MI naturaleza.

No quiero ser la mujer exitosa que todo el mundo espera que sea.
Quiero ser esa mujer que apartó las espinas y las piedras para hacerse el camino hacia sí misma. Eso es más importante que cumplir con los estándares de los demás. Tengo estándares altos y los pienso alcanzar todos en esta vida. No en la otra.

No quiero un príncipe azul
No quiero un buen hombre, lo que quiero es un hombre, uno que me respete como persona, como mujer. Que pueda entender que no seré una esposa fiel y devota, seré la amante y la amiga, que un día cocinaré una comida hecha con mucho amor para ambos, pero que otro día no podré hacerlo porque llegaré cansada. Que no por ser “la mujer” TENGO que ser yo la que deba cocinar siempre. No quiero un pinche príncipe azul, no quisiera jamás conocer uno, un príncipe? Qué me puede ofrecer un príncipe, más que una vida llena de sumisiones!  

Quiero vivir
no aspirar a vivir, sea que me lastime o que salga traicionada, me tumben o me canse, quiero vivir, levantarme si me caigo, luchar hasta el final aunque no logre el primer lugar, insistir, persistir, defenderme, y sobre todo, aprender y comprender que a veces retirarse o parar no significa que abandonas, sino que tomas aire para emprender nuevamente la lucha cada día. No se gana siendo un simple testigo, no se gana apartándose del camino por creer que todo está perdido, se gana la guerra librando todas y cada una de las batallas que te toquen, y poder decir al final: “venga ¡ que aquí te espero con ansias ¡